El mundo es cada día más transparente: no hay incógnita, no hay dudas, miedos demasiados complejos ni incertidumbres excesivas en lo profundo. Quizás el gran proyecto de la iluminación haya sido ese: que el cálculo matemático, que el número frío y calculador le dé una explicación a todo. El rayo ya no es la advertencia de un Dios, sino simplemente una compleja alquimia de sustancias y presiones que existen en el aire. Sí, es una buena idea o no; sin embargo, el terreno siempre existirá, el fragmento de noche estará presente incluso en los más claros lugares ¿Qué nos da miedo? ¿Lo que no conocemos? ¿La cara malvada de un amigo o familiar? ¿La muerte, los fantasmas o una bestia furibunda? En relación a esto, te mostramos imágenes de terror con frases escalofriantes.
Frases escalofriantes, sobre el terror y el miedo
El miedo es una sensación muy importante en la vida de las personas. Nos paraliza, nos hace excesivamente calculadores; nos convierte en sopesadores extremos de lo que sucederá ¿Por qué? Porque el miedo es generado siempre por una ruptura con lo dado, con una sensación de que algo oscuro puede provenir de cualquier parte.
La muerte es otro de los grandes tópicos de terror. Es inevitable, pero tan cruel ¿Dejar de existir? ¿Volverse una nada con el cosmos? En rigor de verdad, las únicas opciones que reconfortan son las de seguir existiendo sea en un sensual paraíso o en una nueva vida. Pero no lo sabemos y desespera ¡Qué animal curioso es el hombre! Va a morir de todos modos, aunque en el proceso se rebana los sesos para pensar esa situación.
Los demonios puede ser entidades externas, crueles, malignas; pero también nuestros propios miedos proyectados en el exterior. En rigor de verdad, no existe una sola prueba de la existencia de semejante seres y, sin embargo, cuánto pánico que dan por sus formas, violencias, su andar subrepticio o su ataque súbito (por lo menos, siempre así lo imaginamos).
Pero los muertos están, ergo, seguimos siendo sensualistas cuando creemos en fantasmas o cuestiones por el estilo. En rigor de verdad, si nos ponemos a pensar un instante, la idea de almas del más allá deambulantes es la más triste y penosa: no conseguir la paz, buscar un hálito de vida, conciencias desfallecidas que tal vez solo quieren un poco de comprensión o seguir haciendo el mal.
Miedo a lo inexplicable. El ser humano ama la rutina, porque justamente le otorga seguridades. La cuestión, en rigor de verdad, es muy simple: realizamos un esquema interpretativo de todo, por ende, todo lo que suceda tiene alguna explicación ¿Y si no es así? ¿Y si lo que nos escapa termina siendo algo que puede poner fin a nuestros días? El miedo, de golpe, se transfigura en terror.
El descuartizar, el vislumbrarnos en el interior, el ver afluir nuestros líquidos más íntimos, también causa terror. Pero eso es lo difícil de este sentimiento: a veces genera, paralelamente, curiosidad, y sentimos que observamos un vacío, un abismo que nos quiere devorar o, lo que es peor, un sitio en donde nos podemos arrojar.
La muerte tiene tres rasgos insoslayables: es única, instransferible e irrebasable. Nadie puede morir por mí, solo se muere una vez y es la imposibilidad de todas mis posibilidades. Pocas veces lo pensamos, pero en rigor de verdad cada proyecto vital, como ir al kiosco de la esquina, anida la posibilidad de morir, es decir, la posibilidad imposibilitante por antonomasia.
Y, sin embargo, somos parte de una cultura vitalista que emplaza sus cementerios bien alejados de los centros comerciales. Negamos la muerte, no nos agrada, por eso la convertimos en un espectáculo. Claro que sí: la muerte es lo que le sucede a otros, siempre la pensamos en términos de terceros y nunca como algo bien propio.
La presencia abruma, la presencia de lo desconocido. En rigor de verdad, si los fantasmas fueras entidades imperceptibles no causarían el menor revuelo ¿Un hálito? Que somple tranqulamente. La cuestión radica en que se vislumbran y, sobre todo, tocan, accionan, hieren, etc.
El quid de la cuestión ¿No sentimos los escépticos de siempre una necesidad de ver algo distinto, de conocer el portentoso hecho? ¿ No hay una voracidad por lo sobrenatural para romper con esa barrera de la no creencia? Y, sin embargo, nunca vemos nada ¿Y los que creen? Ellos ven todo, quizas porque creen.
Es sumamente difícil, una tarea verdaderamente bizantina, diferenciar el sufrimiento del miedo al sufrimiento. Y la explicación es sencilla: el miedo al sufrimiento ya es una especie de sufrimiento. No físico tal vez, pero sí psicológico, tortuoso, viscoso, interminable.
Es tal vez todo una cuestión mental. Asustarse, ver demonios, fantasmas, cosas que levitan o cuestiones por el estilo. Sin embargo, ¿eso no daría cuenta de la nada de la muerte? ¿No es mejor estar inundados de fantasmagorías para, así, poder creer en alguna especie de vida después de la muerte? Si, seguramente que sí o, en todo caso, ese interrogante cada uno lo resolverá en su fuero íntimo.
El miedo es sigiloso, silencioso, sin término, viscoso porque nos deja atiborrados en un sitio con un sentimiento muy escaso de la movilidad. Así es la vida desgraciadamente; vivimos con el miedo, por ende, tenemos que hacer todo lo posible para luchar contra éste. Eliminar fantasmas, de la especie que sea, puede ser la primera opción.
¿Y si las pesadillas se hicieran realidad? ¿Y si la lógica estallara en todas partes, hecha añicos como plato de porcelana? Ese quizás sea el miedo por antonomasia. No necesitamos de fantasmas, en rigor de verdad, lo que más asusta es una lógica absolutamente ilógica que permite que aparezcan fantasmas, cosas voladoras, movimientos por sí solos de objetos, demonios, etc.
Vemos el abismo; su profundidad oscura da miedo ¿Y por qué da miedo? ¿Un atavismo del inconsciente colectivo que asocia todo lo malo con lo negro? No, el abismo da miedo porque nos perdemos en éste, porque en el fondo sabemos que existe una posibilidad muy próxima para arrojarnos en aquel, morir en aquel o sufrir, es lo mismo.
Oscuridad y horror, esos son los tópicos de este posteo. Y, sin emabargo, el ser humano no deja de producirlos. La guerra, la muerte injusta, la violencia, el hambre; eso también es horror, quizás en su máxima expresión. Es que lamentablemente en la historia del hombre estos condimentos no hay sido excepciones, sino continuidades, matrices del hacer sin cesar.
Monstruos en la cama, posiblemente sea el tópico más trillado del terror. Pero que sea repetitivo, recurrente, no le quita nada de horror. Tal vez la repitencia sea el condimento del miedo y no lo contrario.
Morir ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué sucederá con todo lo que somos? ¿Nos desfondaremos de golpe, con dolor y sufrimiento? ¿Será un leve partir, como todo lo dulce que se despide en algún momento? Nadie sabe de su muerte, pero sabe que vendrá. Posiblemente, en todo esto hay un dato aliciente: el hecho de no saber cuándo moriremos, esa cuota de incógnita, abre siempre la esperanza de tener una jornada más.